Mirando las fotos que le recuerdan el inicio de un proyecto que prometía ayudar a miles de migrantes venezolanos, en Jairo Antonio Garzón López, la tristeza empieza a ser protagonista.
Para él es doloroso pensar que lo que durante seis años construyó para las miles de familias que entraban a Colombia con las manos vacías y hasta sin rumbo, hoy está a punto de acabar.
El Centro de Esperanza inició el 18 de junio de 2018, en el Nuevo Escobal, a pocos metros del paso fronterizo, un punto estratégico para acoger a las familias migrantes y retornadas que llegaban a Cúcuta, por el puente Francisco de Paula Santander.
Desde la fecha no se han detenido, hasta en pandemia con todas las medidas de bioseguridad siguieron atendiendo. En total 201.391 personas, entre migrantes y retornados, han sido atendidas en el espacio de acogida.
Sin embargo, la fundación está pasando por una cuerda floja. Los recursos no son los mismos, ahora con las uñas hacen lo que está a su alcance para mantener el lugar y seguir con sus servicios de medicina general, psicología, control prenatal, citologías, planificación familiar, tipificación, gestión logística (entrega de lentes), regencia, tratamiento de enfermedades de transmisión sexual, valoración nutricional, brigadas de entrega de kits de mercado, apoyo psicosocial y asesoramiento jurídico.
Entre 1.500 y 2.000 personas son atendidas mensualmente por los voluntarios en Centro Esperanza.