Desde hace seis años las únicas ruedas en movimiento en el puente internacional Simón Bolívar son las que impulsan los carretilleros. Cargados de bolsos, costales repletos de ropa, víveres y papel higiénico, son los que mueven la frontera con Venezuela desde 2015, cuando el gobierno de Maduro cerró el tránsito para los carros. Sin importar si el terreno árido falsea o entran en lagunas o pantanos, los carritos se abren paso, previo acuerdo de la tarifa con los trocheros y sin contar con lo que cobran los grupo ilegales que se lucran de la angustia de los viajeros. Y mientras el desconsuelo aumenta en el paso fronterizo, el pulso diplomático sigue caliente entre los presidentes. El cierre prolongado de la frontera dejó a las trochas como la única alternativa para pasar de un país a otro en busca de medicamentos, papel higiénico y víveres, lo que generó una economía ilegal que se disputan la banda del Tren de Aragua, el Eln, los Rastrojos y las disidencias de las Farc.