Mientras miles de pasos acelerados cruzan a diario el puente internacional Simón Bolívar, debajo, en sus bases, late un submundo explorado por pocos. Por allí transita el contrabando y las mafias que lo lideran. Por esa zona, han aparecido cadáveres sin que los responsables paguen. En esos nichos, reina el peligro, y es en esa línea, algo desfigurada, donde grupos de venezolanos pasan la noche a la intemperie, arropados por la amenaza de que en cualquier momento se forme una balacera. Lo que ganan como “trocheros” o “carrucheros” les da para comer más no para pagar alquiler. Bajo ese techo del tramo binacional, niños, jóvenes y adultos se entregan a los brazos de Morfeo con la incertidumbre atada a sus humanidades.