El municipio Pedro María Ureña luce desolado. Por sus calles, y en especial las que bordean el centro y sus adyacencias, ya no suele transitar el mismo número de ciudadanos. El ambiente se respira pesado, la zozobra e incertidumbre se asoman en las miradas de sus habitantes, como si el asedio se hubiera convertido en su sombra.
Lo que se vive puede sonar paradójico para quien visite la jurisdicción fronteriza, pues varias alcabalas del Ejército y la Guardia Nacional se hallan desplegadas a lo largo y ancho de la ciudad. Así, a simple vista, todo parece seguro, tranquilo; sin embargo, al profundizar con sus lugareños, se desprende todo un entramado cuyas raíces socavan la estabilidad de una comunidad que ensordece con su silencio: “¡los grupos irregulares no dan tregua!”