Esta historia es cierta; no me la contaron; faltando poco por cumplir mis 80 años, le pedí a un muchacho a quien apreciamos mucho en la familia, y, lo tratamos como sobrino, Wilmer y, es muy colaborador y serio, que fuésemos hasta La Parada, territorio colombiano por las trochas, con Dios como guarda-espalda y nuestra respectiva cédula de identidad. Tenía unos grandes deseos por conocer esa realidad personalmente; me la habían contado, pero, no podía creer tanta iniquidad, afrenta al ser humano, deshonor, depravación, ignominia, indignidad, ofensa, ruindad, vileza y, violación no de los Derechos Humanos, sino de todos los derechos que un ser, un ciudadano hombre o mujer, pudiesen tener sobre la tierra.