Fidelia Centeno casi cumple 80 años, pero es tan hábil en la máquina de coser como una operaria con la mitad de su edad. Le apasiona el trabajo que ha hecho practicamente toda su vida y con el cual levantó a sus cinco hijos en el pueblo de Girón, Santander. Ella es la mayor de un grupo de mujeres migrantes venezolanas, refugiadas y desplazadas colombianas que montaron un emprendimiento para confeccionar tapabocas en plena pandemia. En un taller del barrio La Playa, en Cúcuta —el principal punto de entrada de la migración venezolana en los últimos cinco años— elaboraron más de 4.000 tapabocas con ilustraciones inspiradas en la fuerza de las personas que se vieron forzadas a dejar sus países.