Un corredor solidario, sin barreras de ninguna clase, que les permita a los más de nueve mil niños venezolanos cruzar la frontera por un sitio seguro, sin que sus vidas corran peligro cuando vengan a sus escuelas en Colombia, es el clamor que se escucha desde de distintos sectores sociales y fuerzas vivas asentadas en Norte de Santander. Desde el pasado 22 de febrero, cuando la frontera quedó cerrada, acudir a las aulas de clase se ha convertido en todo un calvario para ellos. Los que se atreven a hacerlo en compañía de sus papás, lo hacen bajo su propia responsabilidad y riesgo.