Con los primeros arbustos las manos se ampollan y parecen latir de la hinchazón, pero lo peor – ahora lo saben – es cuando la piel revienta en sangre. Y entonces los venezolanos maldicen, porque ninguno imaginó que huiría de la crisis para recolectar hoja de coca en Colombia. Cientos de ellos sobreviven gracias a los narcocultivos y bajo las estrictas normas de comportamiento que rigen en los territorios cocaleros de la frontera. Dejaron de ser obreros, taxistas, pescadores o vendedores en su país para recolectar la hoja que sirve para fabricar cocaína, una actividad ilegal de la que apenas habían oído hablar y que los desgarra física y moralmente.