En las fronteras de un país donde el precio de la gasolina es ridículo, pues con un dólar pueden comprarse más de 300 millones de litros, el contrabando es un negocio multimillonario. Los militares vigilan y regulan el expendio. En una estación de San Antonio, tres de ellos con armas largas decidían quién puede surtir y quien no. En las proximidades de las estaciones, hombres hacen señas con la mano derecha a los vehículos que pasan. Parecieran pedir un aventón, pero en realidad preguntan: “¿cuántas pimpinas?”. Se refieren a envases plásticos, con aproximadamente 30 litros de gasolina, revendidos en pesos colombianos o dólares, a precio internacional.