Dicen que las calles no tienen dueños, pero en La Parada los hay. Y como allí no existen ni Dios ni ley, todos ocupan un rincón en la entrada de la frontera. Es la supervivencia en el camino de la ilegalidad. La Parada se convirtió en una selva de cemento que no distingue nacionalidades, se sacude por la lucha feroz entre colombianos y venezolanos que pelean a gritos y garras por ganarse unos cuantos billetes que hacen la misma carga en pesos o bolívares.