Eran cerca de las 09:00 de la mañana, hora colombiana. Cuatro mujeres venezolanas esperaban sentadas en la fachada de la casa donde viven arrendadas, en el sector de La Playita, en La Parada, Colombia, para relatar sus experiencias como migrantes y, en especial, sus vivencias como prostitutas, oficio que desempeñan para subsistir. La quinta del grupo arribó a los pocos minutos. De día, la mayoría descansa, atienden a sus hijos y “matan tigritos”, frase usada en Venezuela para hacer referencia a los diversos oficios que emprende alguien para obtener ganancias. Ya entrada la noche (7:00 p.m.), se dirigen a su lugar de trabajo, situado al aire libre, cerca del Templo Histórico, en el municipio Villa del Rosario. Todas se mostraron desinhibidas, sin tapujos para hilar las escenas que han experimentado en un mundo plagado de peligros. Ninguna de las preguntas les resultó incómoda, pese a que les hacían recordar instantes que no han sido tan agradables y que han marcado parte de su existencia.