La ribera del río que pasa por la capital del departamento de Arauca, cuyo nombre es el mismo, recibe a miles de familias que llegan desde Venezuela. Algunas van de paso y otras deciden quedarse a probar suerte con un nuevo hogar, un empleo o alguna ayuda humanitaria. Ante la falta de control oficial en la frontera, las aguas de este río unen a los dos países en solo dos minutos. En el malecón de la ciudad confluyen venezolanos y colombianos que volvieron para sobrevivir en una región donde la paz nunca llegó. En medio de este panorama, la prioridad es salvar a los niños del mayor peligro: el reclutamiento.