La llegada de Gustavo Petro a la presidencia de Colombia revive la posibilidad de un proceso de paz con el Ejército de Liberación Nacional (ELN), la histórica guerrilla de raíces guevaristas que tras la desmovilización de las FARC en 2016 se convirtió en el grupo rebelde más grande del país. El mandatario electo ha reiterado que a partir del próximo 7 de agosto, cuando se posesione, propondrá un cese del fuego bilateral para destrabar las conversaciones que los dos Gobiernos anteriores ya venían llevando adelante sin mayores resultados. Lo cierto es que desde hace ya un par de décadas la cúpula de la guerrilla guevarista del ELN se convenció de que ganarle la guerra al Estado colombiano era sencillamente imposible. Un hecho que los empujó a una estrategia de “resistencia armada” marginal, pero que ha seguido afectando con sus ataques a la infraestructura petrolera del país, así como también condicionando la vida de los habitantes de los 180 municipios donde tienen presencia (de los 1.200 totales). Entre las propuestas del programa del Pacto Histórico de Petro, de izquierda, ya se incluía la creación de «las condiciones para avanzar en un diálogo y negociación eficaz con el ELN» que «recoja las lecciones aprendidas del Acuerdo Final de Paz con las FARC».