María Laura Aldana, venezolana de 29 años, relata para la BBC que en los últimos 30 días atravesó Colombia «a pie, en mula, en camión» para llegar a La Parada, la última población antes de cruzar a Venezuela. Cientos de venezolanos como ella están allí esperando —durmiendo en el piso, sin dinero, bajo un sol de 38 grados— para volver a su hogar después de una larga travesía por este país montañoso. Lleva un mes de camino y ahora se encontró con el obstáculo que por más tiempo la ha mantenido quieta: el puesto migratorio de las autoridades venezolanas. Venezuela ha ido reduciendo el número de personas que deja entrar al día. Y, con eso, se ha ido aglomerando más gente —sin recursos, sin cama, sin fuerzas— en una de las fronteras más peligrosas del mundo. Hoy la fila tiene medio kilómetro.