En las calles de Cúcuta es común ver, día a día, a inmigrantes venezolanos que para sobrevivir lo mismo cantan que hacen malabares, venden artesanías o bolsas de dulces. Otros simplemente piden una moneda para al menos comer y pagar el techo diario. A veces familias enteras -hasta con niños en brazos- se ven obligadas a buscar el sustento de un modo incierto. Los semáforos, entonces, se convirtieron en teatros o tarimas para aquellos que solo buscan la manera de subsistir, después de haber salido de su país a causa de la crisis política y económica que atraviesan desde hace varios años.