A mediados de los años 1970, el padre de Marta Duque la envió desde su casa en la ciudad colombiana de Pamplona, escondida en una de las sierras más orientales de los Andes, a la capital venezolana, Caracas, para trabajar como empleada del hogar. Ella tenía 12 años. Ahora, de vuelta en Colombia, Marta abrió sus puertas a miles de venezolanos en su momento de mayor necesidad. Hace unos dos años convirtió su garaje, y después su humilde casa familiar, en un albergue improvisado para refugiados y migrantes venezolanos que hacen por tierra el incierto viaje hacia destinos en toda Colombia y en otros países.