Los migrantes recorren países debido a variadas motivaciones: Buscando mejores condiciones de vida, trabajo, estudio, vivienda, salud. Otros, escapando de persecuciones políticas. Muchos por tantas razones, como necesidades, búsquedas y sueños tienen los seres humanos. Nuestro continente empezó a constatar la presencia de personas venidas de otros confines recientemente, en el siglo XV, pero estos no eran migrantes, eran portadores de una misión económica colonizante.
Como individuos, casi todos eran presos liberados para embarcar en la Pinta, la Niña y la Santa María, y en cientos de barcos que zarparon desde la Península Ibérica hasta estas tierras, durante cuatrocientos años. Esa condición de expresidiarios les facilitó la acción genocida. Obligaron a los de acá a que reconocieran y adoraran a los santos y dioses de una religión que no conocían y además no les proveía de agua, luz, alimentos y salud, como los dioses y chamanes ancestrales.
No por esas llamémoslas “fechorías históricas”, sino por la necesidad de los países de conocer el número de habitantes y sus actividades, surgen las normas que regulan las migraciones, en forma de leyes, decretos, estatutos y otros instrumentos.
Veamos ese proceso de normativización en Colombia y Venezuela y su impacto en la frontera común.