Si va en moto, la persona puede tardar, como mucho, 15 minutos desde el centro de San Antonio del Táchira hasta la rampa que da inicio a la trocha bautizada como “Juan Frío”, en la populosa comunidad de Llano de Jorge. Al descender la empinada cuesta, grupos de venezolanos, dedicados al rebusque, empiezan a ofrecer sus servicios. “Le cuidamos la moto”, gritó un joven mientras en la entrada de su casa una señora lanzaba su frase gancho: “se la cuido por 500 o 1.000 pesos, todo depende del tiempo que dure en regresar”, recalcó. Algunos toman la oferta, otros simplemente deciden caminar por el sinuoso trayecto: a veces empedrado, otras veces cubierto de una arena que las fuertes ventiscas suele levantar, tapando la visibilidad y ralentizando el paso. También, en un punto en específico, se torna cuesta arriba. La quietud del lugar se interrumpe con los pasos, unas veces acelerados, y otras veces fatigados, de quienes van y vienen de Colombia. De regreso a Venezuela, lo que acompaña a cada quien, varía. La mayoría viene con sus bolsas de mercados. Algunos las cargan en sus hombros, otros pegadas a su pecho. Si son pequeñas, las sujetan en sus manos. Además del mercado, están quienes pasan con sus pimpinas. Y es que ante la escasez de combustible venezolano, es común ver en la jurisdicción de Bolívar y Pedro María Ureña, ventas de gasolina colombiana. Se conoce por su color, un amarillo claro, “y hasta por su olor”, dicen los avezados en el tema.