El endurecimiento de las políticas migratorias en Estados Unidos, impulsadas por el gobierno de Donald Trump, ha provocado un giro inesperado en el drama de miles de venezolanos: la decisión de regresar. El sueño americano se ha convertido para muchos en un ciclo de espera, peligro y frustración que culmina con un retorno forzado, sin recursos ni apoyo institucional.
Desde México hasta Panamá, las historias de quienes abandonan su ruta al norte para emprender el viaje de regreso revelan una migración invertida marcada por el abandono.
En la costa panameña, el pequeño pueblo de Miramar se ha convertido en una estación de paso para quienes retornan a Venezuela. Allí, decenas de migrantes aguardan por un transporte que los lleve hacia Colombia, atrapados entre el mar y la falta de dinero. Las opciones son escasas: pagar una costosa lancha privada o esperar a que aparezca un barco humanitario.
Según datos oficiales de Panamá, más de 12.700 personas han cruzado su territorio hacia el sur desde noviembre de 2024. De ellas, el 94 % son venezolanas. En Colombia, el fenómeno también es visible: más de 10.000 retornados han cruzado el Darién en dirección opuesta, enfrentando riesgos similares a los del trayecto original.
La representante de ACNUR en Colombia, Mireille Girard, calificó esta tendencia como una “emergencia humanitaria silenciosa” que requiere cooperación internacional urgente.