Además de la doble extorsión que se cobra en las dos riberas del río Táchira, en esa calle de doscientos metros que empalma con la trocha La Playita, paso obligado de centenares de venezolanos que vienen a diario a Colombia, el portafolio de servicio que se ofrece a los inmigrantes es de otro mundo. A la par del intempestivo cierre de la frontera, el 22 de febrero, los vecinos de este caserío de Villa del Rosario despertaron su talento y su malicia para ganarse unos pesos extra para sus debilitadas economías familiares.