El padre Eduardo Soto, director del Servicio Jesuita para los Refugiados, capítulo Venezuela, afirma que las fronteras siempre han sido vulnerables a las enfermedades infecciosas. Y la aparición de la pademia del COVID-19 no es la excepción. Soto describe los riesgos existentes en la frontera con Colombia. Específicamente por los pasos ilegales denominados “trochas”. El sacerdote recuenta que cuando en las comunidades fronterizas se maneja la información de que alguno de los retornados es sospechoso de haber sido contagiado se producen estados de rechazo y discriminación. Situación que se maginifica en gravedad y complejidad porque “ya existía, lamentablemente, una discriminación, una política errática, no ha habido una respuesta autentica, humanitaria, global o regional para los venezolanos”.