Dos gemelos inquietos de un año y medio, creen que van a “hacer un safari para conocer animales”, es lo que su madre les dijo en el viaje en autobús desde Venezuela para “camuflar” el motivo real: cruzar la peligrosa selva del Darién.
Como ellos, miles de familias con niños se embarcan en esa travesía, entre llantos de los más pequeños que no entienden por qué hace tanto tiempo que no vuelven a casa.
En el primer cuatrimestre de este año, se batió el récord de niños cruzando por el Darién, que según cifras del Unicef es un 40 % superior que el mismo período del año anterior, con más de 30.000 niños en ruta.
La del Darién es una de las rutas migratorias más peligrosas del mundo porque carece de una infraestructura adaptada para el paso masivo de personas. Las rutas las controla, en la parte colombiana, el Clan del Golfo y una vez se adentran en Panamá, criminales y otros grupos someten a los migrantes a atracos e incluso violaciones sexuales masivas.
Tampoco hay números que reflejen la tragedia: en el Darién se sabe cuántas personas salen -más de 195.000 en lo que va de año- pero no los muertos que se quedan.
A todo eso se le suma el cierre de trochas y pasos fronterizos ordenado por el nuevo presidente panameño, José Raúl Mulino, que comenzó con alambradas de púas en medio de la selva.